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viernes, 29 de agosto de 2014

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PILAR, LA HEROICA. Mucho tiempo Pilar fue llamada Perla del Sur. Según la tradición oral ese apelativo se le debe al entonces joven Francisco Solano López, quien cuando realizaba sus frecuentes viajes a esta parte del país, cuenta que decía:”Voy a Pilar, a mi perla del sur.” Aquí vivía su “perla”, la bella pilarense Juanita Pesoa, su amante y madre de sus hijos. (Testimonio de Doña Visitación de Vargas, nacida en 1890 y que, en los primeros años del 1900 conoció al Gral. Caballero, Gral. Eguzquiza y otros, a quienes escuchó cuando comentaban en una reunión social, de la que participó la entonces joven Visitación y que afirmó haber escuchado a los generales comentar el romance que tuvo Francisco Solano López con la bella Juanita Pesoa a quien motejó, a ella, e indistintamente a la ciudad de Pilar, como Perla del Sur. La reunión, dijo que se realizó en la casa de Don Cándido Granada, actual vivienda de Luciano Granada, calle 14 de mayo) Pilar vivía avizorando su destino, recostada en las orillas del rio Paraguay, su pulmón por donde respiraba, y mojando sus pies en las tibias agua del legendario arroyo Ñeembucú. El largo e injusto aislamiento, a partir de la finalización de la Epopeya Nacional, que eligió sus esteros para dar marco, a las más gloriosas acciones, en vez de sumergirlas en el atraso que da el ostracismo, permitió que forjara una personalidad bien definida que se tradujo en claras y determinadas expresiones culturales, con un tinte absolutamente homogéneo. El rio le posibilitó extender su vista hacia el sur, donde la profundidad de las perspectivas le hizo codearse con Europa. Su calificado grupo de inmigrantes cultos, virtió su sangre en la corriente paraguaya, dándole una característica física y espiritual, noble y generosa, Pilar busco sus raíces y lucho contra la indiferencia. Gritó su voz paraguaya y se aferró a una obstinada actitud nacionalista. Pero su aislamiento crecía en la medida que también el progreso se hacía sentir en otros puntos del país. Su viejo camino de tierra hecho a golpes de palas en la década del 40, por un ministro pilarense, le permitió llegar mejor al resto del país. Esa misma carretera hoy está sepultada bajo las aguas guardando tal vez para siempre.40 años de soñar con la carpeta asfáltica. Mas al sur y hacia el este, rumbeó el progreso nacional. Las villas de ayer se convertían en ciudades y los senderos en super carreteras. La riqueza de la tierra brotaba a torrentes para deslizarse por los hermosos caminos, mientras Pilar sufría sus largas clausuras y veía diluirse en los cierres de caminos el producto de esfuerzo y sus intentos de incorporarse al ritmo febril del desarrollo. Otra hermosa ciudad, noble y trabajadora, con caminos seguros en toda su zona, con rutas asfaltadas que la proyectan hacia todas las latitudes tomó con toda justicia el nombre de Perla del Sur: Encarnación, la de Itapúa, había crecido vertiginosamente, todos los medios disponibles estaban sirviendo a su avance. Su roja tierra devolvía con creces el esfuerzo de sus hijos y Pilar definitivamente resigno su hermoso mote y dejó de ser la Perla Paraguaya, trastocando la comprensible amargura de la marginación en un sentimiento noble: la amistad… Y se la conoció, entonces, como la Capital de la Cordialidad. De nada le valió su participación vigorosa en la formación del ser nacional que arrancaba desde antes de la Independencia, a defender a Buenos Aires de las invasiones inglesas, que tuvo a su, hoy, desaparecido puerto como testigo. Tampoco le sirvió el hecho de haber ayudado a nacer a la Patria con la participación del pilarense, capitán José Roxas de Aranda, el mismo que desalojó a los correntinos de Curupayty en 1810 y que combatió en Paraguarí en 1811, para luego sublevar a la tropa de Villa del Pilar contra el poder español, el 16 de mayo de 1811. No importó nunca que en Ñeembucú quedaran impresas las huellas de la resistencia homérica frente a la invasión de la Triple Alianza. Humaitá, Curupayty, Tuyuti, Sauce, Boquerón, Curuzú, Itapirú, Yataity Corá, Acá Yuaza, Tatá Yyvá… en esos lugares, aislados del resto del palpitar nacional, susurran los vientos, el eterno himno de gloria, infortunios y triunfos. Y ahora Pilar y muchas de sus villas han sido devastadas por un fenómeno de la naturaleza. Un año de porfiada lucha tuvo esta pequeña historia. Los pilarenses, bloqueados como siempre, sin caminos y sin medios, opusieron la más increíble resistencia a la terrible invasión líquida. Ñeembucú volvió a conocer una gesta. Los muros, trincheras al fin, emularon a las fortificaciones de Curupayty. Se luchó sin treguas ni pausas. Todo lo que vino después es historia conocida: el doloroso éxodo, campamentos para refugiados donde se mastica el pan generoso de la caridad solidaria. Y el corazón pilarense que palpita en Loma Clavel, que no se resigna y que sigue la ardua lucha porque no fue vencido. Bajo carpas, bajo el cielo, sigue la vida. Como hace 100 años. O más tal vez. Con escuelas y colegios hechos de frágil lienzo donde se cuela travieso el viento sur. Con miles de niños y jóvenes que entonan su canto de esperanza y futuro. Con comercios e industrias, ayer monumentales, hoy reducidos a instalaciones que caben en dos metros de vereda prestada, enmarcada por cuatro postes y una raída carpa. Lo importante de todo esto, es que la vida continúa y la certeza de que, apenas haya un lugar seco donde poner los pies, los pilarenses retornarán, para dar fortaleza a la invicta voluntad de recuperación. Esa recuperación que vendrá para que Pilar, la que de ser la Perla del Sur, adquiera definitivamente el nombre que verdaderamente le corresponde: Pilar, la Heroica, porque se la forjó con el sacrificio de olvidos injustos, de sudor y de lágrimas. PROF. CARLOS ALBERTO MAZÓ MIERS

ÑEEMBUCÚ, VOLVAMOS A SER HERMANOS! (Inundación del 1983)

Arrullaste los ensueños y diste luz a las nostalgias, trajiste en tus aguas historias lejanas y ecos profundos… diste tu nombre sonoro, vibrante, agreste y bravío, a la tierra heroica, sufrida, estoica de Ñeembucú. ¿Qué te pasa hermano arroyo? ¿Quién aventa tus aguas? Es el espíritu de los payaguá? Hace doscientos años que somos amigos… Los niños acariciaban tus otrora mansa corriente. El poeta tejió versos a tu luna única que derrama torrente de luces sobre tu rostro apacible… …al pescador le diste la emoción del pique… Recibiste de la guarania los ecos Que el trovador pilarense cantó a tu belleza, Y el adiós a tu inacabable viaje Camino al mar…! ¿Por qué hieres a este pueblo que tanto te quiere? ¿Qué duende milenario dormido en tu lecho despierta hoy el odio? ¿no sientes el llanto de ancianos y niños? No te conmueve el acre sudor moreno del hijo de esta tierra? Mira esos pies llagados de jóvenes soldados. Mira la angustia de esa madre y el asombro temeroso de sus niños…! ¿No te compadeces de esos ojos desvelados? ¿No te asusta el silencio de las noches grávidas de miedo? Palpa con tus dedos de agua el dolor de seres que se separan Y exprime por dentro millones de lágrimas para que tus aguas bajen… Llora, Ñeembucú, un llanto gigante por los pilarenses que se van para vivir en campamentos y hogares prestados, por los que muerden el pan generoso de mil almas que nos compadecen… Hermano Ñeembucú, eres de la misma fibra de los que se defienden. Tu temperamento es pilarense. El pueblo y tú son sólo uno en este porfiado encuentro. Basta ya de lucha! Vuelve a ser mi Hermano! El de tantos días de sol y de calor. el del dichoso abrazo sobre la dorada arena de tus playas. Que los muros sean recuerdos de una lección aprendida! Monumentos a la humana fraternidad! Monumentos de perdón y de amor! Ñeembucú, toma las Pilarenses manos y volvamos a ser HERMANOS…!Carlos Alberto Mazó Miers