El proyecto es, a todas luces, un disparate porque a ningún
técnico, en su sano juicio, se le va a ocurrir instalar un reactor nuclear a
orillas de un caudaloso río que riega numerosas poblaciones.
Aproximadamente, a más de la mitad de la población
argentina. Pensar en un reactor nuclear es pensar en la posibilidad de un
accidente peligrosísimo: el descontrol de material radioactivo. Material que en
este caso va a contaminar el río Paraguay y, en consecuencia, el Paraná,
poniendo en peligro la vida de millones de personas no precisamente paraguayas.
"Supongamos que se
instale el reactor frente a Pilar". Supongamos –no podemos dejar de
hacerlo– que ocurra un accidente. Esto significará, lisa y llanamente, el
descontrol de material radioactivo que, quiérase o no, irá a parar a las aguas
del río Paraguay y de este a las del Paraná. Es decir que, de la noche a la
mañana, millones de personas –Formosa, Resistencia, Corrientes, Rosario, Buenos
Aires y la provincia de Buenos Aires– cuya agua potable se origina en este río,
quedarán sin este suministro y, probablemente, perecerán por la contaminación
radioactiva. Consideremos solo la provincia argentina del Chaco, que está
construyendo su decimotercer acueducto. Está abasteciendo a docenas de ciudades
del interior provincial hasta unos 200 km del río Paraná. Todas ellas quedarán
sin agua para beber. Es decir que más de la mitad de la población argentina
perecerá, primero por la falta de agua potable y, segundo, por la contaminación
radioactiva.
Modestamente, nosotros estimamos que el impulso que la
señora presidente de la República Argentina, Cristina Fernández, está dando a
la idea de instalar un reactor nuclear en la Provincia de Formosa es simplemente
un error de cálculo por desinformación y que sus asesores están total y
absolutamente equivocados.
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